lunes, 14 de julio de 2008

Lunch Break

El humo de su cigarrillo parecía detener el natural fluir del tiempo y del espacio. Acodada en la barra, me había estado mirando desde que me senté a almorzar, aunque yo no lo percibí hasta pasada media hora. Al principio me incomodó, fingí no verla, concentrandome en el plato de ravioles de verdura y levantando un ojo de tanto en tanto, para asegurarme de que seguía ahí. Luego de un rato empecé a ilusionarme con las razones de su mirada. Como de costumbre, no actué en consecuencia y tampoco ella.
En toda la hora no se movió, apenas me pareció ver que respiraba. Cuando terminé le hice una seña, como una firmita en el aire, pero no asintió, simplemente se quedó mirándome. Insistí parándome a medias. Ella, impavida, seguía en su actitud como si nada, con el cigarrillo inmóvil quemándose entre los dedos.
Me cansé, parándome de manera brusca. Con el golpe de mi cadera en la mesa los ravioles que habían quedado chapotearon en la salsa. Desde atrás vino otra camarera, vestida diferente que la de la barra, parecía que el uniforme no era tan importante.
Me miró algo extrañada, a esa altura yo estaba podrido de las miradas raras y de la mala atención. Terminé desquitándome con la nueva camarera, largándole una serie de improperios que no estoy en condiciones de reproducir.
Me fuí ofuscado, mirando fijamente a la mujer de la barra. Pero ella, que tan interesada parecía un instante atras, no me siguió con la mirada, sino que la dejó clavada en el lugar donde yo había estado sentado.
A medida que avanzaba hacia la puerta me pareció que se volvía menos tridimensional y un poco más chata. Saliendo, me percaté de que no estaba acodada a la barra, en realidad, estaba pegada a la pared.